Proyecto de Jennifer Rubbel (todas las fotos de © Joseph Michael López) |
Después, el asco. Me quedé mirando a la rubia varios segundos. Demasiados, diría yo. Y entonces empezaron a conjugarse diferentes sensaciones encontradas. "Mmm...", pensé al principio: "¡Algodón de azúcar! Seeeeh, caries, vengan a mí". Pero, claro, después puse los pies en la tierra y pensé: "No. Pará, pará, pará: eso es algodón de azúcar". Ya sentía mi lengua tratando de salir a flote entre esa gran tela de araña rosada y pegajosa, que lentamente se abría paso en mi boca reseca y empalagada de tanto dulce, sin que mi saliva fuera capaz de hacer retroceder esa pink-vasión enganchándose entre la superficie y los surcos de mis dientes, ganando terreno al tapizar mi paladar, acumulándose poco a poco en
ese espacio entre las encías y las mejillas, monopolizando, casi asfixiando la antesala de mi garganta y rozando mi campanilla, como un llamado a un vómito incontenible. "Puaj. No, esto no es para mí" y recordé (oh, sí) por qué nunca me gustó el algodón de azúcar.
Después, otra vez la curiosidad. Si te dicen "No mires", es obvio: vas a mirar. Y como en este caso ya había mirado y el asco fue casi instantáneo, seguí mirando como en un acto impúdico, casi obsceno. Y busqué la pregunta a "¿Qué pasó acá?".
La antesala del empalago... |
La autora del crimen: Jennifer Rubell. Sí, Jennifer Rubell: así se llama la artista que pacientemente se dedicó a edificar una habitación con 1.800 conos de algodón de azúcar en forma de ladrillo... Una combinación fatal de claustrofobia y calorías. Puaj.
The panic room (versión rosada) |
Una buscapina, por favor... |
No hay comentarios:
Publicar un comentario