martes, 2 de septiembre de 2014

Del desapego, las expectativas y otras yerbas

No proyectar algo sobre otras personas es uno de los aprendizajes más difíciles.

Permitirles ser libres, dejar que se expresen tal cual son, que sientan, experimenten y vivan la vida de la manera en que mejor les parezca. No, no es fácil aceptar eso. Y no siempre será gratificante comprobar que esa idea perfecta que nos hacemos en la cabeza de cómo debería vivir el otro no coincide precisamente con lo que esta persona materializa en su realidad.

Siempre me jacté de tener cierta libertad de pensamiento, de respetar que otros ejerzan su libre albedrío. Pero, claro, soy humana y hoy me encontré en una situación que me hizo replantearme qué tan open mind soy.

Y me di cuenta de que hay varios candados en mi cabeza. Candados que quisiera abrirlos al instante para dejar de tener esta sensación molesta. Una sensación que nace de mi inconformidad con las elecciones libres de otras personas.

¿Qué es lo que me ofende tanto? ¿Por qué no dejar que otros entiendan la realidad de otra manera, que hagan uso de su derecho a equivocarse o a tomar un camino distinto y muy diferente al mío?

¿Acaso las elecciones hechas por propia voluntad por ellos mismos no son lo más genuino que hay? ¿Por qué deberían ser las mías las más genuinas?

...y es que son las expectativas. Mis expectativas sobre los demás, sobre qué deben hacer y quiénes son. ¡Como si tuvieran que rendirme cuentas a mí de esa humana expresión que son! Hay que hacer un esfuerzo enorme por soltar, por dejar de lado todas esas ideas que llenan mi cabeza con "lo que se supone que debe ser". No hay que suponer nada.

Desapegarse, cortar de una buena vez ese chorro de expectativas y aceptar desde el corazón que si a vos te hace bien, si tan feliz te hace, go get it, tiger. Obvio, se dice fácil, pero cuesta un culo ponerlo en práctica.